Texto realizado a partir de material fotográfico y sonoro registrado en 2013.
A un costado del metro Hidalgo
En la Ciudad de México, mes con mes, miles de fieles católicos regresan al templo de las causas perdidas a reavivar una esperanza que el Estado no les puede ofrecer.
México | Abril 19, 2021
Pasado el mediodía, cientos de fieles aún transitan alrededor del templo de San Hipólito, y eso que apenas estamos en febrero. Uno de ellos carga a su Niño Dios, decidió vestirlo como a San Juditas en el Día de la Candelaria y aprovechó para traerlo. Para él, al igual que para muchos otros creyentes, acudir cada día veintiocho es un proceso rutinario: “al que no se puede fallar porque este lugar aviva los sueños y las esperanzas”. Este mes le tocó venir solo porque su familia tuvo que quedarse en casa, haciendo sus cosas.
La circulación vial no ha resultado tan afectada. En octubre se cerrará la mayor parte de la avenida Hidalgo y Paseo de la Reforma, vías que convergen en este punto clave para el tránsito de la Ciudad de México.
En la celebración se encuentra una mujer con la estampa de San Judas adherida a la mejilla, tiene alrededor de veinte años. La acompaña su concubino, quien carga dos figuras del santo que miden más de medio metro, una en cada brazo; la joven también lleva una en brazos, pero de carne y hueso: es su hija de tres años, que viste de blanco con una banda verde. La joven pareja viene a dar las gracias por un año más de vida de la infanta, quien tuvo una serie de enfermedades que pusieron en peligro su vida.
El comienzo
Casi quinientos años atrás, el 13 de agosto de 1521, cayó Tenochtitlan y San Hipólito se convirtió en patrono de la ciudad. Hipólito fue señalado, en el año 217, como un antipapa por defender los derechos de los expulsados de la fe. Cuenta la historia que casi lo echan de la Iglesia católica.
Otro personaje que tuvo conflictos similares fue el cura Hidalgo. En 1810 despertó a la población para iniciar la revuelta independentista. Aunque “se proponía que siguiéramos dependiendo del rey de España, pero con un gobierno local más autónomo”, aseguran algunos expertos.
El sacerdote criollo nunca imaginó que existiría una estación de tren subterráneo con su nombre, tampoco que estaría a un costado del templo de San Hipólito.
A este lugar, cada noche que da inicio a los días veintiocho, arriban puntualmente miles de creyentes. No llegan para comenzar una revuelta que les garantice una mejor calidad de vida; vienen a pedir ayuda ante la adversidad que se les presenta, un milagro que les permita seguir. Vienen en busca de un personaje en particular, ese que les otorga la esperanza; no es don Miguel Hidalgo, tampoco San Hipólito: acuden a San Judas Tadeo o “San Juditas”, como les gusta llamarlo, el santo de las causas perdidas.
Esta tradición surgió del devoto anónimo, “una persona que recibió un beneficio de San Judas Tadeo o lo que en el lenguaje coloquial se dice al que le hizo el milagro”, le platicaría uno de los párrocos de este templo a un joven estudiante de fotografía que no entendía por qué se reunían tantas personas cada mes en un recinto de menor tamaño que el de la Basílica de Guadalupe.
El santo fue uno de los doce apóstoles del Hijo de Dios. Llegó a este templo en la década de los cincuenta, gracias a que un padre claretiano colocó su imagen a la entrada. En los libros de misa, la gente empezó a escribirle para solicitar su auxilio. La imagen se trasladó de la capilla de los Mártires al altar mayor. Para los años noventa, la gratitud de los devotos incrementó de tal forma que ya no era suficiente un solo día del año, y empezaban a volver y dedicar misas todos los días veintiocho.
Es tan grande su fe, que la memoria colectiva ha empezado a modificar el nombre del recinto religioso que visitan para darle paso a otro santo que se ha vuelto más popular, uno que sí resuelve sus apuros. Los fieles ya identifican este templo como “la iglesia de San Judas”. En las últimas décadas, la fe traspasó los muros del templo y ha irrumpido devotamente las aceras. “A diez, a diez, a diez… los rosarios de San Juditas, de a diez…”, grita una señora que aprovecha para vender diversos artículos en alusión al santo y ganarse el pan de cada día.
Causas difíciles
Es febrero de 2013, en unos meses resonarían en los medios de comunicación los efectos de krokodile, la “heroína caníbal”, una droga sintética que tiene efectos destructivos en la piel, músculos y huesos. Sustancia a la que una joven de 17 años se volvería adicta en Jalisco, como otros tantos jóvenes.
La revista Wired dedicaría una de sus portadas a Paloma Noyola Bueno, una niña de 12 años que vivía en una zona pobre de Matamoros y fue calificada como la próxima Steve Jobs. ¿Habrá tenido alguna injerencia San Juditas en esto? ¿Escogerá solo los casos en que se le ha solicitado ayuda o también seleccionará otros de forma aleatoria?
El párroco del templo cuenta que la atribución de “las causas perdidas” no surge propiamente con San Judas Tadeo; fueron los devotos los que le otorgaron estos atributos. “Es un fenómeno que ocurre con diferentes vírgenes y santos, como se puede observar con la Virgen del Perpetuo Socorro”, agrega.
Sin embargo, la iglesia situada en la colonia Guerrero tuvo un apogeo de devotos en los años noventa, durante un tiempo en que aumentaban los problemas del progreso urbano. Así emergió un santo especializado en atender los apuros de la urbana y creciente clase baja.
“Avance, avance, avance...”, una voz atraviesa un megáfono para invitar a las personas a que ingresen al templo y no obstruyan el paso, ya que aún faltan muchos fieles por entrar. Entre la multitud, uno de los fieles se acerca a la nariz la mona que lleva en la mano derecha. Se le nota alegre. Para él también es importante acudir, aunque no sabe por qué, pero asegura que “es un día importante porque es el cumpleaños de su santo”, se ríe. En esta festividad es habitual que algunos jóvenes entremezclen la adoración con el hábito de inhalar pegamento.
“Sígale avanzando, sígale avanzando…”, insiste la misma voz a través del megáfono.
Velas encendidas
En el interior del templo, la aglomeración es aún mayor. Se han quitado las bancas. Los fieles han hecho un esfuerzo por venir este día y lo último que les interesa es sentarse. Ha sido prioritario optimizar la capacidad del lugar, aunque tampoco se puede transitar fácilmente, ya que uno avanza conforme lo dicte la oleada de gente.
Una persona empieza a regalar rosas rojas, y alguien más también, pero de color rosa. Una señora alarga lo más que puede el brazo derecho, se estira y hace su mayor esfuerzo para poder obtener la flor. Dentro y fuera del templo es normal que las personas regalen flores, estampitas, pulseras, rosarios, tacos, tamales, café, naranjas, entre otras tantas cosas. El párroco del templo describe esta situación como “un proceso de nexos evangélicos”. Un gesto de reciprocidad que ofrecen los fieles en agradecimiento por el milagro. Llevan una cantidad de artículos para regalar, e incluso la propia sede religiosa ha colocado “la mesa de la caridad” para que a ellos también les toque algo, y recomiendan donar “algo que sea funcional para los hermanos: un kilito de frijoles o una despensa para que también puedan comer los padrecitos, o para entregar despensas a los más necesitados”.
Claro que esto solo ocurre los días veintiocho “a la mejor en otra fecha del año puedes pasar junto a la persona que en este día te dio algo, pero él va a pasar de largo”, agrega el párroco. Un poeta mexicano escribiría en su laberinto de la soledad que “la Fiesta no es solamente un exceso, un desperdicio ritual de los bienes penosamente acumulados durante todo el año; también (…) revela que el equilibrio de que hacemos gala sólo es una máscara”.
El historiador, Arturo Aguilar, explica que “la religión católica es un elemento importante para entender el desarrollo económico de la sociedad mexicana, particularmente si se compara con la religión protestante que se puede observar en otros países de primer mundo”.
En forma de coro se escucha “seeñoooor, teeen pieedaaad de nosooootroos, Criiiisto, ten pieedaaad de nosooootrooos”. Los devotos han recorrido un largo trayecto para llegar a este lugar, a muchos se les empieza a notar el cansancio. No es para menos, a este día se suma su habitual jornada laboral, y aunque podrían descansar o aprovechar para hacer otras cosas prefieren entregarlo al santo de su devoción. “Esto no los cansa, los revitaliza”, afirman los fieles.
La situación se vuelve comprensible después de leer las palabras escritas en los libros de misa. Al templo llegan personas de Iztapalapa, el Estado de México y otras partes de la república. Vienen a pedir que regrese al hogar el papá ausente o algún miembro desaparecido de la familia, que mejore la salud de algún pequeño, que puedan mejorar sus condiciones laborales o incluso que les ayude con algún mal de amores.
Lo que aún no saben es que para 2020 llegará una pandemia mundial que les impedirá asistir de manera regular para evitar las aglomeraciones. El templo se verá obligado a cerrar sus puertas; sin embargo, el 28 de octubre se abrirán de nuevo, al menos por unas horas para que en pequeños grupos de personas puedan entrar durante cinco minutos a recibir la bendición.
De ahí, tendrán que esperar a marzo de 2021 porque la pandemia no cede. En este contexto, se agregarán nuevas peticiones en los libros de misa, se pedirá por los familiares contagiados y para que puedan reactivar sus ingresos porque la pandemia no solo traerá afectaciones a la salud, sino también a la economía.
Y nuevamente, “los más afectados serán los más vulnerables”, informará el Foro Económico Mundial. La crisis económica que desatará esa contingencia sanitaria dejará a millones de personas en la pobreza y pobreza extrema. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe alertará que “el 67% de la población de México será pobre tras la crisis”.
Aun así, no a todos les irá mal: once mexicanos multimillonarios se volverán más ricos pese a la pandemia. ¿A qué santo se encomendarán? Uno de ellos declarará que el “señalamiento de la desigualdad como el principal problema de nuestras sociedades es una muy mala idea”. Pero ya llegará el momento para pensar en esos temas.
Ahora, tres niños se encuentran sentados a ras de suelo. Son los pocos que han conseguido un lugar de entre toda la multitud. Juegan en el piso mientras esperan a que concluya la misa. Otros personajes se abren paso entre el gentío, son los recolectores del diezmo. Llevan una caja de madera para recaudar todas las donaciones.
La faena de los fieles está por terminar, solo falta que reciban unas cuantas gotas de agua bendita que el párroco rociará para bendecirlos y también a sus santos de yeso, rosarios, imágenes y demás objetos. Para muchos, ese momento les resulta refrescante debido al calor que se siente dentro del lugar.
Algunos encenderán una vela dedicada al santo, para después partir y esperar con ansia a que vuelva a ser veintiocho. A la salida se escuchan los vendedores, “Lleeeeeeevee el aguaa bendita, las veeladoras…”.